Noviembre de 2025 en El Ciervo
Antes de darse uno cuenta, el escritorio regresa a su estado caótico habitual. Se acumulan en él: libros, tazas, fármacos, envoltorios de chocolatinas, papeles garabateados, cigarrillos a medio fumar… Elementos incorporados durante largas jornadas, aunque parecen surgir de súbito, en un pestañeo. Miro mi mesa de trabajo y recuerdo la lectura de El rey pálido, la novela póstuma de David Foster Wallace. En ésta, la FCC (Fiscalía de Cuentas Corrientes) pretende —con afán de disciplina y pulcritud— desterrar entre sus empleados la idea de que las mesas desordenadas son consecuencia de labores sesudas y productivas. Una interpretación compartida por el padre de la cibernética, Norbert Wiener. Los márgenes, las contingencias adicionales, los estados equivalentes que proliferan alrededor de núcleos valiosos; son reducidos a excedentes desinteresados, carentes de utilidad y provecho ulterior. Tomar la bayeta y despejar de distracciones el escritorio, eliminar —de él— todo ruido y redundancia, implica desechar malas informaciones, evitar senderos vacíos, desarrollos sin resultado y palmadita en la espalda.
En esto consiste el buen hacer del burócrata, en separar y distinguir los informes importantes de los que no lo son, con avidez y acierto. En sus manos está frenar, ralentizar o invertir la tendencia natural hacia sistemas más desordenados. Son procesadores de datos, demonios de Maxwell trajeados que fichan de ocho a tres y que procuran el aumento o conserva de “entropía negativa”. Dichas nociones —que asocian, de manera estrecha, información y termodinámica— suscitaron algunas dificultades; no sólo por la ambigüedad del término “entropía”, también por su directa relación con estados más o menos “ordenados”: adjetivos dependientes del anthropos, nada objetivos para con el mundo desde la perspectiva científica.
Sin embargo, la realidad no corresponde a tal deber, y los oficinistas de la administración —con escasas, pero evidentes, excepciones— parecen anclados a la creencia primera, aquella que comparten los “engranajes” de David Foster Wallace y los recientes de Sara Mesa en Oposición (Anagrama, 2025). Una creencia, compartida por trabajadores y supervisores, que vincula el desorden con informaciones significativas y valiosas; una mala interpretación de la Teoría de la información de Claude E. Shannon, surgida al confundir «posibilidad» con «necesidad» (algo muy habitual hoy): que pueda existir información de interés en sistemas desordenados, no significa que sea un hecho categórico, por muy interiorizado que lleguen a tenerlo. De este modo, los novatos, como Sada en Oposición, no tardan en hacer lo que vieren: extender papeles en la mesa para que ocupen más espacio, acudir deprisa a la fotocopiadora en busca de nuevos documentos, incluir en ellos notas y subrayados que induzcan a creer haberlos estudiado a conciencia… Toda una serie de estratagemas para lucir esfuerzos no acometidos.
La preferencia expresada por Bartleby queda contenida en sus adentros, asimilando y naturalizando la rebelde negación ante órdenes cada vez más despreocupadas, sabiendo lo beneficioso que resulta fingir ante un superior y no rebatirlo. Con la lectura, entramos en el mundo gris y funcionarial de quienes arrastran los pies por los pasillos, alcanzan sus puestos e inician alienados sus monótonos quehaceres, en caso de tenerlos. Ambos nos contagian el aburrimiento, convirtiéndonos en autómatas kafkianos, haciéndonos discernir —a nosotros también— entre lo importante del relato y lo que no. Resulta, a la postre, que al separar el grano de la paja, el uno da harina y el otro alimento para las reses. Vemos cómo surgen, en contra del equilibrio o muerte térmica, en rechazo del desorden absoluto y aburrimiento estático, estímulos de luz y de posibilidades. Poemas y dibujos que florecen como estructuras disipativas de Prigogine, seres ordenados que nacen en medio del caos. Un nuevo lenguaje, distinto al corsé técnico y ridículo por todos conocido, que Foster Wallace empleó con rotundidad y exceso, y que Mesa introduce con mayor mesura para la reflexión. Ésta es la verdadera oposición, la esperanza inconformista ante sistemas aparentemente irreversibles.
De vuelta al escritorio, entendemos que el desorden fue para el orden, que los libros fueron de consulta, el café para el estímulo, las pastillas… las chocolatinas… Todo tuvo su razón en el proceso. El problema no es el desorden, sino las motivaciones que lo generaron: las labores bienintencionadas o las tretas pícaras que resultan yermas de toda honestidad. Allá cada cual.
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