Tenemos la suerte de conversar con Luisa Etxenike: autora donostiarra muy vinculada a su ciudad, comprometida con la agenda cultural, habitual en presentaciones, confe-rencias… colaboradora en el programa de Hoy por hoy San Sebastián cada jueves, di-rectora de Canal Europa, del festival Un mundo de escritoras y de talleres de escritura creativa, Medalla al Mérito Ciudadano, cuenta también con la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras del gobierno francés, y, entre otros, ha sido premio Buero Vallejo, premio Euskadi de literatura y recientemente, el año pasado, Premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón. Para muchos que trabajamos en la cultura, un referente del saber hacer y de la profesionalidad.
Juan Alberto Vich— En sus libros podemos percibir —y de manera destacada en los últimos (Llevar en la piel y Cuerdas)— un compromiso profundo con las políticas de identidad, especialmente con aquellas minorías cuyas libertades se ven limitadas o cuestionadas. ¿Considera que la literatura debe visibilizar estas luchas y fomentar su entendimiento en la sociedad?
Luisa Etxenike— La literatura debe, en mi opinión, interesarse por lo que sucede a su alrededor, relacionarse de un modo u otro con el mundo y el tiempo en que se escribe, no desviar la mirada de ellos. Eso no significa recoger de un modo literal lo que pasa sino extraer de ese mundo y ese tiempo lo más marcante, lo esencial. Y ahora mismo todo lo que gira en torno a la identidad, íntima y personal, pero también de pertenencia social y política, tiene una extraordinaria importancia. A mí me importa abordar estas temáticas subrayando lo que de político hay en lo íntimo, lo que de público hay en lo privado y viceversa. Mis novelas son una forma de diálogo, en ocasiones tenso, entre esas dos dimensiones. En Cuerdas, por ejemplo, que es la última publicada, uno de los personajes siente su cuerpo como una “trampa”, y eso deriva, en gran parte, del modelo brutal de masculinidad en que ha crecido. Quizá porque soy una mujer he sido desde siempre particularmente sensible a esa dimensión política de lo personal, y me ha importado presentar no como compartimentos estancos, sino como vasos comunicantes, lo que sucede en el interior de las casas y en las relaciones íntimas, por un lado; y lo que sucede en las calles, en los actos y en los discursos públicos, por otro. Ese diálogo, como digo e ocasiones tenso, entre lo íntimo y personal, y lo público y político está muy presente en mi obra.
J. A. V. A.— En sus textos, además de cuestiones sociales contemporáneas, introduce intereses muy personales, como la ornitología o el fado. ¿Cómo decide qué elementos de su mundo interior incluir en sus libros? ¿Es un proceso consciente o más bien intuitivo, como si estas pasiones reclamaran su propio espacio?
L. E.— Mi literatura se sitúa lejos de lo autobiógrafico. Pero escribo, naturalmente, desde mi experiencia y conocimiento de las cosas. Me gusta observar aves y desde luego el fado. Pero si la ornitología y el fado, u otras “pasiones” mías están en algunos mis libros, no lo hacen como una forma de autoexpresión, de presencia de mí misma, sino porque mi cercanía o familiaridad con esas disciplinas me permite extraer de ellas conocimientos, imágenes, metáforas esenciales para mis libros. Es una cuestión de conocimiento, como digo, no de expresión personal. En Aves del paraíso, el tema de la muda y la migración de las aves que el protagonista aprende a conocer y a nombrar, le coloca ante la muda y la migración vertiginosas que tiene que emprender él mismo, para pasar de ser alguien indiferente o incluso tolerante con la violencia terrorista, a ser alguien capaz de salir, y sobre todo de sacar a su hijo, de ese mundo de violencia. Y en mi última novela Cuerdas, el fado y de manera muy particular la guitarra portuguesa con su singular afinación, son el motor temático, la metáfora esencial de las identidades “dobles” que los protagonistas tienen que conseguir afinar, en sí mismos y en sus relaciones con los otros, de un modo armonioso.
J. A. V. A.—También le inspira y disfruta mucho del cine. ¿De qué manera cree que ha influido el auge de las tecnologías audiovisuales y el éxito abrumador de las series en la novela negra actual? ¿Considera que estas fórmulas empobrecen la literatura o que, al contrario, las dota de nuevos matices?
L. E.— Yo creo que el debate que “opone” literatura y cine es un falso debate. Está claro que la literatura entra en territorios donde el cine, que necesita “luz”, no puede entrar. La literatura se orienta perfectamente en las “oscuridades” de la conciencia, del mundo interior, de lo abstracto o liberado de las exigencias de lo concreto y visible. La literatura es aliada, de ese modo, de la profundidad y del matiz… Pero el cine tiene una potencia expresiva, una plasticidad, una “presencia” sensual que le dota de una capacidad de impacto y contacto extraordinarios. La reflexión sobre el cine y la literatura ganan, en mi opinión, cuando se “afinan” juntas como las cuerdas de una guitarra. Y por eso creo que desde que existe el cine, ambas formas artísticas no han dejado de dialogar; de encontrar en la otra o en el otro “inspiraciones” de estilo, montaje, arquitectura, ambición expresiva…
J. A. V. A.—¿De qué modo ve enriquecido su trabajo literario al entrar en diálogo y colaboración con otros ámbitos: ciencia, teatro, poesía, música…? ¿Hay algún encuentro interdisciplinario que la haya marcado especialmente?
L. E.— Lo comentaba hace un momento, creo que el contacto entre disciplinas siempre es fértil. Yo soy esencialmente narradora, y narrar es contar en el tiempo, contar con el tiempo. Y entonces, cuestiones como el ritmo, la sucesión o la armonía de la composición son mis preocupaciones constantes. Igual que las de un músico, porque la música es también un arte del tiempo. Y entonces música y literatura echan “chispas” muy fértiles cuando se ponen en contacto. Lo mismo que la literatura y la arquitectura, que son artes de la construcción. Y con el cine, del que ya hemos hablado. En cuanto a la ciencia, la colaboración con el físico Gustavo Schwartz ha sido muy importante para mí. Hemos escrito juntos una obra teatral La entrevista, donde se entrelazan reflexiones y argumentos científicos con los del “alma humana” (ambición, celos, dolor, amor, esperanza…) que tanto le importan a la literatura. Esa colaboración me enseñó mucho entonces, me sigue enseñando ahora. Porque Gustavo Schwarz dirige en el Donostia International Physics Center (DIPC), el programa Mestizajes, un espacio para la confluencia de Literatura y Ciencia.
J. A. V. A.— En alguno de sus trabajos ha escrito bajo heterónimo o en otro idioma, alejándose de sí misma. ¿Busca deliberadamente esa sensación de extrañeza o alienación en su escritura, queriendo que el texto hable desde un lugar ajeno? ¿Hay en ese proceso algo de la pulsión poética, de dejar que la palabra tome el control?
L. E.— En mi novela Cuerdas, uno de los personajes le dice a otro que “explore posibilidades de ser”. Pues para mí, la creación de un heterónimo: Antonia Lassa, francesa, enóloga, autora de novela negra… obedece al deseo precisamente de explorar otras posibilidades de ser escritora. La escritura de la primera novela de Antonia Lassa, Llevar en la piel, me ha colocado ante un nuevo principio literario, ante la necesidad de preguntas nuevas y por lo tanto también de “otras” respuestas creativas. Me parecía necesario, después de una, ya larga, carrera literaria, exigirme esa “novedad”, de estilo, temáticas, perspectiva…Pero, naturalmente, las dos autoras dialogan y se enseñan cosas. La experiencia y madurez narrativas de Luisa le da una forma de solvencia o aplomo, al trabajo de Antonia. La frescura de Antonia, abre para la literatura de Luisa nuevos ángulos, nuevos deseos. Y ambas se unen en algo fundamental- de lo que Antonia tengo que decir que sabe más porque es enóloga-: la literatura tiene que expresarse con los cinco sentidos, como un buen vino. Lo dijo maravillosamente Lorca: “El poeta es maestro de los cinco sentidos y crea puentes entre ellos”. Luisa y Antonia no pueden estar más de acuerdo.
J. A. V. A.— Desde su actividad como dinamizadora cultural, está muy involucrada en el panorama cultural que desarrollan los jóvenes hoy. ¿Qué opinión tiene de estas aportaciones?
L. E.— Es un tema muy amplio que voy a tratar de acotar con la imagen de un salón de actos donde, un día cualquiera, se celebra un debate o un evento cultural. En la inmensa mayoría de los casos, el público asistente es adulto, incluso maduro; los jóvenes no están. Asistimos, desde hace mucho tiempo- y es uno de los fracasos, a mi juicio, de las políticas públicas- a una “segregación” cultural por edad. Y con ello, a una forma de interrupción de la tradición cultural en lo creativo. “En un poema se tiene que notar que ha existido Homero” escribió Pessoa. No hablaba de imitación ni de acatamiento sino de lo que llamaré una forma de corriente no interrumpida, y desde luego dialéctica, entre las obras del presente y las que las han precedido. Creo que esa corriente se ha cortado. Que se hace- o se quiere hacer- cine habiendo visto poco cine. Que se escribe- o se quiere escribir- habiendo leído poca literatura. Evidentemente esto no vale de una manera general, pero sí creo que describe una tendencia que es real y que está conduciendo hacia una forma de “simplificación” de las formas, por ejemplo, narrativas. En ese sentido, me parece que sería interesante hablar de la edad de las obras y no de las de sus autores/as. Hay obras de jóvenes marchitadas por lo convencional; y a la inversa, obras de personas mayores, deslumbrantes de frescura.
J. A. V. A.— Muchas gracias por todo, Luisa. Ha sido un placer, como siempre. Abrazos y seguimos en contacto.
L. E.— Muchas gracias, Juan, por vuestro interés. Y el placer, desde luego, compartido. Un abrazo.
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