Sin duda, una de las autoras españolas más destacadas de la actualidad.
Escribía unas líneas en torno a su última publicación y no he podido resistir la tentación de mantener con ella un breve diálogo, una conversación que permita acercarnos a su obra. Hay un estilo propio, una voz valiente, un margen confuso. Lo hemos ido viendo en trabajos previos: Cicatriz (2015), Un amor (2020), La familia (2022)…
Juan Alberto Vich Álvarez— En su último libro, Oposición (Anagrama, 2025), pudimos percibir —de manera muy clara— el modo en que Kafka y Foster Wallace influyen en su trabajo. Pero no son los únicos: Alice Munro, Coetzee… A todos los unen unas ficciones muy vinculadas a la realidad, exploraciones profundas de la condición humana, la introspección, el aislamiento… ¿Describiría así el conjunto de su obra?
Sara Mesa— Creo que es una buena aproximación, aunque para mí
resulta difícil describir lo que hago, simplemente lo hago, soy más
intuitiva que teórica. Sí puedo decir que a esos autores los he leído mucho y que admiro su forma de representar, e indirectamente explicar, la sustancia que nos define como seres humanos, qué somos, de qué estamos hechos, qué es eso tan perturbador que nos hace capaces tanto del
mayor heroísmo como de la peor traición. Una mirada a fondo y sin miedo. Pienso en Alice Munro por ejemplo y en todo lo que ha ocurrido en los últimos meses y en las llamadas a la cancelación. Sin embargo, yo creo que ahora es mucho más interesante leerla, ver cómo un ser humano imperfecto, dañino incluso y lleno de contradicciones, escribe sobre los pliegues de la moral.
J. A. V. A.— Es habitual descubrir en sus libros mujeres protagonistas (una joven profesora, una mendiga, varias adolescentes, una interina en la administración pública…) que se encuentran en circunstancias de conflicto, de sospecha y tensión, en márgenes incómodos. Todas ellas comparten su afán curioso, ese atrevimiento a enfrentar su realidad y de expresarse como una resistencia, como una verdadera oposición…
S. M.— Es cierto, aunque esa resistencia es muy poco planificada y responde más bien a un malestar interno, casi a una reacción defensiva. Mis personajes no se manejan con una ideología predeterminada. Avanzan a impulsos y se equivocan un montón. Quizá por eso muchos lectores no las entienden y las juzgan. Tengo la sensación de que hay una demanda cada vez mayor de libros con trasfondo didáctico y una sospecha moral sobre cualquier relato de ficción que de algún modo no subraye con claridad un posicionamiento acorde con lo esperado.
J. A. V. A.— Siempre queda la misma incógnita: ¿quién tiene la culpa? ¿Quién es el culpable de los muchos sucesos posibles: la mordedura de un perro, el sinsentido burocrático, el atropello mortal no intencionado…? Sus libros remarcan la cuestión moral desde diferentes perspectivas, el posicionamiento ético. ¿De qué manera expresaría dicha necesidad?
S. M.— Yo no me hago esa pregunta sobre la culpabilidad, no es mi papel responderla. Mi misión como escritora, por así decirlo, es representar todas las aristas posibles en estos conflictos. Si un personaje miente —y muchos de los míos lo hacen— hay que ver cuál es la razón. Quizá tienen miedo, quizá es lo que han aprendido de niños, quizá es una forma de autoprotección. Si un personaje roba —y algunos míos lo hacen— a lo mejor es porque también, de otra manera, se les ha robado a ellos. No justifico, pero tampoco juzgo. Los juicios morales colectivos, tan frecuentes hoy día, me
aterran.
J. A. V. A.— Se dice que sus libros abordan situaciones “raras”; pero, ¿qué es la normalidad? Parece que tendemos a ponernos un velo en los ojos para dejar de ver a nuestro alrededor, que buscamos distraernos con cualquier cosa con tal de protegernos.
S. M.— Exacto. Yo creo que no hay nada demasiado raro en lo que escribo, salvo que entendamos que la vida es rara en general. Quizá estamos acostumbrados a las rarezas de nuestro día a día, a las dobles vidas y los secretos y las frustraciones y los anhelos no expresados, pero no estamos tan acostumbrados a verlos en la ficción, o no queremos verlos ahí. La demanda de mensajes esperanzadores se está imponiendo ahora como una forma de contribución social del escritor, como una especie de compromiso. Hay quien dice que escribir sobre la oscuridad solo hace que seamos más oscuros, pero la alternativa que se ofrece, ¿cuál es? ¿Luces de neón? ¿Autoengaños? Yo creo que una mirada completa, que no huya de lo inadecuado, a la larga es más comprensiva y hasta más compasiva.
J. A. V. A.— Sé que aboga por una escritura intuitiva y no encorsetada, que no se ajusta a un plan establecido que reduce las posibilidades, sino que permanece abierta a la propia creación. ¿Cómo surgen sus proyectos? ¿Son esquemas mínimos, ideas, imágenes?
S. M.— Me resulta muy difícil explicar el proceso. Diría que todo surge de una idea que va engordando poco a poco, pero sin demasiada planificación. Esas ideas surgen de repente, pero yo estoy convencida de que a nivel cerebral llevan trabajándose más tiempo. Por ejemplo, puede ser la idea de escribir sobre una herencia y de los conflictos que se generan alrededor. Más adelante, puedo saber que esa herencia será ridícula y que la historia abordará más el tema del orgullo que el del dinero. Luego pueden ir apareciendo imágenes, personajes, pequeñas tramas, muchas de ellas surgidas de la realidad, que guardo en una especie de archivo mental (Shirley Jackson decía que la mente de un escritor es como el típico cajón donde tenemos guardados objetos en apariencia inservibles, tornillos, bobinas, gomillas del pelo, retales de tela, etc.: todo es aprovechable). Pero hasta que no me pongo a escribir no sé cómo será verdaderamente el libro. No tengo la historia y la escribo, sino que la historia aparece según la escribo.
J. A. V. A.— En alguna ocasión ha comentado que su género literario predilecto es el relato. ¿Debemos recibir así también sus novelas (por lo general, breves en extensión)? ¿Considerarlos relatos largos más que novelas cortas?
S. M.— Se pueden considerar como los lectores quieran, porque bien pensado el nombre que les demos da igual. Pero sí es cierto que mis cuentos son estructuralmente más complejos, visualmente más potentes y lingüísticamente más arriesgados que mis novelas, porque los tiempos de creación son diferentes y en las novelas, por cortas que sean, hay que sostener un tono más limpio y manejable. Yo nunca olvido que detrás de cada libro hay lectores y sé que una de las cualidades del lenguaje literario ha de ser su efectividad, su capacidad de transmitir ideas complejas sin enroscarse en sí mismo. No pienso en complacer a quienes me leen, pero tampoco en complacerme a mí misma.
J. A. V. A.— Muchas gracias, Sara, por su atención. Ha sido un placer.
S. M.— Igualmente, mil gracias por el interés y las lecturas.
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