Septiembre de 2025 en Trépanos
Siempre me interesó Canogar.
Hace unos meses tuve la oportunidad de visitar la exposición retrospectiva
[I] Realidades [Obras 1949-2024] en CentroCentro (Madrid), comisariada por nuestro colaborador y amigo Alfonso de la Torre. El recorrido general y su obra más reciente, en particular, dan buena cuenta de la constante evolución de este artista fundamental, que a sus noventa años sigue conservando el mismo espíritu de progreso y evolución en su creación diaria.
Juan Alberto Vich Álvarez— Ya en el primer manifiesto de «El Paso» (1957) se aludió a la “responsabilidad”, a la “necesidad moral” de una constante renovación artística. Con los años, ha mantenido dicha máxima en su hacer, explorando nuevas poéticas, evitando conformismos. ¿Cómo describiría dicha pulsión incansable?
Rafael Canogar— Supongo que está en la naturaleza de cada uno. Creo que desde los primeros momentos ya mencionaba no querer academizar mi pintura, y sí, he necesitado cambiar como forma de ser libre, de no caer en la trampa de un supuesto mercado, de modas, de tendencias. El informalismo, o expresionismo abstracto, fue una tendencia que me atrapó, y configuró mi concepción como pintor. Desde ese primer encuentro con una vanguardia que ante todo quiso ser rompedor, he tenido como principio mantener ese espíritu de libertad, que ha estructurado mis posteriores periodos; periodos que nacieron como respuestas a necesidades expresivas y comunicativas.
J. A. V. A.— Exploró la transgresión desde la abstracción, el informalismo… pero también contempló la figuración en trabajos vinculados a lo social (1963-1975). ¿De qué manera le benefició indagar en diferentes estilos artísticos?
R. C.— El informalismo fue una forma de dar voz a mi condición de pintor castellano, de integrarme en ese acto creativo donde el resultado era algo más que una pintura, era un “acontecimiento”, como definió Harold Rosemberg esa nueva forma de afrontar la creatividad. Pero también fue una herramienta para un pintor español de aquellos años, para expresar y colaborar a un avance social, de participar en una empresa nacional que aspiraba a sus justos deseos de democratizarse y ocupar su lugar en el mundo; dejar atrás la posición de marginalidad donde la Guerra Civil nos había colocado. Fueron años de intenso y apasionado trabajo que me abrió muchas puertas como artista europeo. Pero no podía quedarme ahí; el mundo estaba cambiando y la necesidad de comunicación me llevó a buscar una forma menos hermética de establecer esos vínculos. Fueron las imágenes de los medios de comunicación que me permitió ese acercamiento e ir más allá del espacio elitista del conocedor. También el bulto, la tercera dimensión, para irrumpir en el espacio físico del espectador. Derribar la compartimentación creativa entre pintura y escultura, que tantos antecedentes nos ha dejado nuestra historia desde la contrarreforma y a través del barroco.
Evolucioné desde el informalismo a un realismo crítico sí, a un arte de denuncia, que es consecuencia de una situación social conflictiva, donde existe un cierto acuerdo de rechazo, de repulsa contra la violencia que acompaña a imposiciones ideológicas. Durante aquellos años sesenta nació un importante grupo de artistas, algunos también evolucionando desde el informalismo, dando vida a importantes exposiciones internacionales sobre la “nueva imagen del hombre”. Y yo tuve la fortuna de obtener el Premio Itamaratí, el gran Premio de la Bienal de Sao Paulo en el 71. La primera, y única vez, que España recibe este reconocimiento.
J. A. V. A.— Al concluir su etapa realista, ¿fue perdiendo el gesto? Tengo la sensación de que los trazos se volvieron más controlados y medidos; aunque las composiciones y texturas permanecieron como contrapunto a dichas líneas y colores planos, ¿es así?
R. C.— Ciertamente es así, pero es más compleja la evolución. En mi caso existe un tránsito de búsquedas entre periodo y periodo, que a mí particularmente me interesa mucho. Son momentos de búsqueda hasta encontrar lo buscado. Obras muy significativas en mi evolución. Perdió presencia el gesto pero no la impronta en la materia, que crea una urdimbre que invade la tela. Telones que niegan el espacio virtual de una pintura. Es la impronta sobre la materia, sin la violencia y automatismo del informalismo, pero sí lo metafórico, la huella sobre la materia de la tierra arada por el hombre en paisaje castellano. Son superficies pictóricas donde buscarnos a nosotros mismos, como reflexión sobre la naturaleza misma de una obra de arte.
J. A. V. A.— Su trabajo fue derivando en un proceso introspectivo, en un recorrido íntimo con metas universales: trascendencia, misterio, existencia… ¿Encuentra más respuestas o preguntas a través de la forma?
R. C.— Tanto una cosa como la otra. Mi larga vida me ha hecho ver grandes cambios estéticos desde posiciones muy cercanas, a las que he querido dar respuestas, mis respuestas. Pero también me he preguntado por soluciones al agotado mundo de la transgresión, por el mero hecho de buscar formas de atención. Creo que ciertos caminos se interrumpieron prematuramente y retornar a propuestas anteriores, para elaborarlas de nuevo desde situaciones y perspectivas nuevas puedan ser avances. Quizás yo esté en este momento en algo similar. Mi obra actual podría ser como una respuesta para completar periodos sin terminar, ante la urgencia del momento sociopolítico que me tocó vivir. Es una forma de volver a la belleza, a mi enamoramiento del misterio de una superficie pintada.
J. A. V. A.— En sus pinturas busca recuperar las emociones primeras, regresar al febril estado de enamoramiento, a la conmoción por una imagen que lo desborda; imagino que con ánimo de no perderse, de conservar un rumbo definido en toda su trayectoria. No habrá sido fácil mantener una disposición activa e ilusionante durante tantos años. ¿De qué manera fue sorteando momentos de dudas o de inseguridad creativa?
R. C.— Creo que no he tenido especial atención a mantener o conservar un rumbo definido en mi trayectoria. Lo que si es cierto es que pertenezco a una generación que ha tenido un horizonte predeterminado. Una generación que quiso romper, abrir nuevos caminos. Revolucionar el mundo de la pintura, pero siempre desde la pintura. Nunca me he preguntado sobre la vigencia de la pintura, para mí es alimento necesario, es una necesidad física que da sentido a mi vida. Realidades pictóricas y culturales que los hombres han practicado para su propia realización, como seres sensibles e inteligentes.
En estos momentos, que nos falta los apoyos teóricos de las vanguardias, yo he necesitado recuperar ciertos principios de las esencialidades que necesité como soporte de mi trabajo en años jóvenes. No busco hacer cosas novedosas per sé, lo que deseo es hacer buenas pinturas, capaces de expresar mi deseo de belleza. Y sí, si en mi informalismo, el gesto fue expresión de libertad, ahora lo que busco es esa comunicación, con los mínimos de elementos en juego, pero con la aspiración de buscar lo transcendente.
Creo que nunca he tenido inseguridad creativa; quizás porque mi trabajo ha tenido mucha relación con mis vivencias. Uno de mis largos periodos tiene mucha relación con la arquitectura: construcción-deconstrucción, una constante del hombre, al igual que nuestra necesidad de marcar nuestros hábitats. Pompeya fue una gran inspiración para mí en ese periodo, pero que tuvo su principio en una casa en ruinas, del ´16 que tuve y me preocupé de su restauración.
J. A. V. A.— El “enfrentamiento” al acto de pintar es también físico. ¿Ha limitado —la edad— sus posibilidades de creación?
R. C.— La verdad es que no, de momento nunca me he planteado el tema de no afrontar cierto tipo de obras por problemas físicos. Lo que he querido hacer lo he realizado sin problemas.
J. A. V. A.— Me alegra que hayamos tenido la oportunidad de conversar, Rafael. Gracias por todo.
R. C.— Yo también, Juan Alberto. Un cordial saludo de Rafael.
Deja un comentario