Entrevista a Antonio Muñoz Molina

Septiembre de 2024 en Trépanos

Juan Alberto Vich— Nos conocimos, Antonio, en las tripas del Teatro Principal de San Sebastián, durante la presentación de su novela No te veré morir (2023); ciudad en la que realizó el servicio militar a finales de los setenta, después de iniciar Periodismo en Madrid y de estudiar Historia del Arte en Granada. ¿Cuándo tomó consciencia de su vocación literaria?

A. M. M.— Muy pronto, aunque de una manera vaga y novelera. Soñaba con ser escritor, igual que soñaba con ser periodista, corresponsal extranjero, etc. Empecé escribiendo con mucha convicción poesía y teatro. La poesía me abandonó, y el teatro lo abandoné yo, al darme cuenta de que lo que yo escribiera nunca llegaría plenamente al espectador.

J. A. V.— He mencionado su, siempre vivo, interés por las artes plásticas. ¿De qué manera entronca con su literatura? ¿Ayudándole a enriquecer —quizá y como diría Berger— sus “modos de ver”?

A. M. M.— Las artes plásticas, como la literatura o la música, son otra forma de comprender el mundo, de representarlo y de inventarlo, y de expresar la conciencia y la mirada humana. Me enseñan a mirar lo real, y a darle forma. Creo que a un escritor le pueden agudizar la mirada. Eso aparte del placer extraordinario y la emoción que nos deparan a los aficionados.

J. A. V.— Otra de las disciplinas artísticas que siempre ha estado presente en sus libros es la música, tanto en la temática como en las propias estructuras narrativas. ¿Cuánto valor le da a la musicalidad y al ritmo de la redacción? Es muy diferente para según y qué trabajo: novela, ensayo, artículo de prensa… ¿Cambian sus hábitos de escritura al abordar cada uno de ellos?

A. M. M.— Si la pintura enseña a mirar, la música enseña a organizar el tiempo narrativo, sobre todo a tener conciencia de la continuidad en el flujo de lo narrado, y de su modulación a través de la sintaxis, de la puntuación, de los espacios en blanco, de la resonancia. En ese aspecto, me da igual en género en el que esté trabajando. Hay que encontrar un principio, y un punto final, y organizar el texto de manera que fluya de principio a fin.

J. A. V.— Siempre ha entendido la escritura como una práctica directamente vinculada al mundo y a sus circunstancias. Se aprecia en muchas de sus obras, en las que también el “yo” participa; entre otras, y de manera muy significativa, en Ardor Guerrero (1995)y en Como la sombra que se va (2014). En todo caso, vemos un contexto definido y una narración y personajes atravesados por la ficción o, mejor, ficciones que mucho tienen de verdad. Respecto a las historias de terceros, entendiendo el oficio y sabiendo de su buen hacer, ¿ha sentido —en alguna ocasión— pudor al irrumpir en sensibilidades ajenas para convertirlas en narrativa? ¿Cómo gestiona la verdad, el respeto y la privacidad de aquellos personajes que nacen del mundo que lo rodea?

A. M. M.— Ese es un asunto muy delicado. Cuando escribimos una novela, nuestros personajes son solo nuestros, aunque estén más o menos basados en personas reales. Si escribes no ficción, pierdes la libertad, porque eres responsable ante los hechos que cuentas, y antes las personas que retratas, y también hacia personas cercanas que pueden verse afectadas. Creo que en esto es necesario un máximo de delicadeza. No es lícito hacer daño a alguien que no lo merece. Como le dijo Elizabeth Bishop a su amigo el poeta Robert Lowell, que había usado en un libro de poemas trozos enteros de cartas que le había escrito su ex mujer, Elizabeth Hardwick: “Art is not worth that much”. El arte no es para tanto.

J. A. V.— En su opinión, siendo autor de novelas realistas, ¿qué importancia tiene la escritura para la memoria histórica y cómo influye en la construcción de una identidad nacional?

A. M. M.— Es un campo difícil. Términos como memoria histórica, o más todavía identidad nacional, son muy imprecisos, y tengo mis dudas de que sean compatibles con la verdad y la libertad que exige la novela. Otra cosa es que las novelas puedan retratar plenamente un tiempo y un país, como hizo Balzac con la Francia del primer tercio del XIX, o Galdós con la España del último tercio. En el caso de los Episodios, Galdós tenía un propósito político explícito, que era contribuir a la creación de una idea liberal de España, opuesta a la ortodoxia reaccionaria. En la mayor parte de los casos, el sentido verdadero de una novela escapa a la conciencia y a las intenciones de su autor.

J. A. V.— Ha dicho, en alguna ocasión, que le molesta que los lectores valoren sus artículos como “valientes”, en tanto que vivimos en un estado democrático y que la obligación personal es, precisamente, expresarse libres de coacción. Sin embargo, las coacciones existen: las campañas de desprestigio, los insultos, las amenazas,… todas esas cuestiones que tienden a englobarse hoy en el término “cultura de la cancelación”. En la apertura de la Feria del Libro de Fráncfort (2022), mencionó la frase de Elvira Lindo: “en mis palabras mando yo”; que me recuerda —inevitablemente— a una anécdota, contada por Salvador de Madariaga en su libro España y recordada a menudo por José Luis Sampedro, en la que un jornalero replica al capataz que pretendía comprar sus votos diciendo “en mi hambre mando yo”. Un parecido muy poco alentador… Ya sólo tener que decir “en mis palabras mando yo” es significativo… ¿Cómo lograr una mejora social a este respecto cuando los extremos despuntan y el entorno digital facilita dicha manipulación y acoso?

A. M. M.— No hay más remedio que ejercer sin miedo la libertad de espíritu y la de expresión. A nadie, por ahora, nos van a llevar al Gulag por escribir algo, o por decir ciertas palabras. Ahora bien, hay personas valiosas que pierden su trabajo o no llegan a prosperar en sitios tan viciados como las universidades por no ajustarse a una ortodoxia no ya ideológica, sino verbal. En cuanto a las célebres redes, en mi opinión particular lo único saludable es vivir y escribir como si no existieran. Ni siquiera he leído nunca los comentarios a mis artículos en la web del periódico. Creo que todo el que anda en Twitter o X o como se llame ahora debería ser consciente de que está enriqueciendo a un individuo tan dañino para el mundo como Elon Musk.

J. A. V.— Gracias por su atención, Antonio, y hasta pronto.

A. M. M.— Gracias a ti. Me gusta que hayamos prolongado aquella conversación tan grata.

M. C.— Ha sido un placer. Gracias a ti por tus acertadas preguntas, Juan.

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