
Me reúno con Mircea Cãrtãrescu en la librería Zubieta de San Sebastián. Su literatura es una de las más admiradas y cada año resuena su nombre entre los candidatos al Nobel de Literatura. Cãrtãrescu es, entre otros, tres veces Premio de la Unión de Escritores Rumanos (1980, 1990 y 1994), Premio de la Academia Rumana (1989), Premio Thomas Mann de Literatura y el Formentor de las Letras (ambos en 2018), y Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2022).
Iniciamos la conversación rodeados de libros.
Juan Alberto Vich— Querido Mircea, a finales de los años 90 se doctoró en literatura rumana y lleva una treintena de años trabajando como profesor en la Universidad de Bucarest. ¿Qué supone la docencia y la cercanía con los jóvenes en su experiencia vital y creación literaria?
Mircea Cărtărescu— En realidad fui profesor toda mi vida. Empecé cuando tenía 24 años y estaba terminando mis estudios, así que llevo más de 40 años en la enseñanza. Los diez primeros años los realicé en secundaria, con los niños pequeños, en un suburbio de Bucarest, donde la gente era realmente muy pobre. Parte de ellos eran rumanos, parte de ellos eran gitanos, y muchos de ellos no tenían agua corriente ni electricidad en casa. Pero los niños eran muy simpáticos. Me encantan los niños. Así que esos primeros diez años de trabajo fueron absolutamente maravillosos para mí. Después de eso me presenté a una plaza en la universidad y conseguí convertirme en un joven ayudante en la universidad. Me quedé allí 31 años y el último año me jubilaron y lo lamento mucho porque me gustaba mucho la enseñanza. Me obligaba a pensar en la literatura rumana, en todas sus épocas, desde el medievo hasta la actualidad, y muchas otras cosas. También enseñé escritura creativa, cultura popular… todo tipo de campos.
J. A. V.— En su literatura está muy presente el enredo entre el mundo onírico y la realidad. Me gustaría saber cuál es el germen de esta atención a los imaginarios (ya presente en su estudio sobre Eminescu durante la licenciatura), ¿fueron las lecturas, su experiencia personal o los relatos de su madre (que según tengo entendido sentía con gran viveza sus sueños)?
M. C.— En realidad, todo lo que sucede ocurre dentro de nuestro cerebro. Vemos la realidad como una especie de sueño muy elaborado de nuestro cerebro, de nuestra mente. Así que para mí, todo es al mismo tiempo real e imaginario. No hago una distinción clara entre ellos. Es como en una banda de Möbius. Por un lado está la vida real, con todo lo que nos pasa a todos, y por otro está mi mundo interior, mi imaginación, mi forma de ver las cosas, mi forma de soñarlas, etcétera. Pero uno nunca puede decir dónde acaba uno y cuándo empieza el otro. Así que me encanta escribir literatura imaginativa, ficción en forma de poesía y en forma de cuentos. Lo que realmente quiero hacer es que la gente sea consciente de la riqueza, de la enorme riqueza de la vida interior. Creo que lo que sacrificamos todo el tiempo en nuestros tiempos modernos es exactamente esta vida interior. Todo el mundo está siguiendo su deseo de comodidad, su deseo de bienestar… pero muchas personas olvidan lo que son por dentro.
J. A. V.— En cualquier caso, sus temas están muy vinculados a “lo real” y a las preocupaciones existenciales. En sus textos (y pienso especialmente en Solenoide) se pueden leer alusiones a la ciencia y a lo natural, alusiones a las matemáticas, a la entomología… En el mundo de hoy, ¿debe el escritor involucrarse en lo técnico o no lo considera necesario?
M. C.— Bueno, soy una persona muy curiosa. Quiero saber cómo funcionan las cosas desde que era un niño. No jugaba con juguetes, los desarmaba. Así que, por ejemplo, si yo tenía una especie de animal mecánico que funcionaba cuando se giraba la llave, lo desmontaba y tenía curiosidad por saber cómo funcionaba. Me ocurre lo mismo con lo que llamamos “realidad”. La realidad es una, pero tiene muchas partes y muchos campos, y —realmente— tengo mucha curiosidad por saber cómo funcionan. Por ejemplo, una de mis grandes pasiones es la física cuántica. Me fascina ese mundo, que es absolutamente contraintuitivo y poético, diría yo, muy filosófico. Pero tampoco hay campo en este mundo que no me diga nada. Me encanta leer libros sobre todo lo relacionado con la anatomía del cuerpo humano, pero también libros de filosofía e incluso de matemáticas (aunque no pueda leer una ecuación). Leo sobre la vida de grandes músicos, de grandes pintores… así que soy un lector omnívoro. Tengo un enorme placer por la lectura, y no sólo por la lectura, sino por la experiencia de las cosas.
J. A. V.— Es curioso, Mircea —y lo celebro— que lleve años sin escribir poesía y que sigan teniéndole tan presente en encuentros poéticos. ¿Qué conserva su prosa de aquella poesía de «la generación de los blue jeans»?
M. C.— Sí, esencialmente soy poeta. Siempre lo he sido. Si alguien me despierta a las 3 de la noche y me pregunta «¿qué eres fundamentalmente?», diría que soy poeta. Así que creo que todo lo que hice fue poesía, en cierto modo, incluso mis artículos, mis libros académicos, libros de viajes, libros para niños, otro tipo de libros que escribí… todos ellos tienen una gota de poesía, una sustancia esencial que es la poesía. Y estoy muy contento de ser poeta, me encantan los poetas y me encanta la poesía. Leo poesía todo el tiempo. No sólo poetas contemporáneos, sino también clásicos. Me gusta mucho Catulo, y muchos, muchos otros poetas antiguos. Poetas de la tradición latina y griega, y luego Dante y otros grandes poetas de todos los tiempos (leo casi toda la obra de Rilke cada año). La generación beat una enorme influencia en mi poesía y en la poesía de mi generación. Por supuesto, viviendo en un régimen totalitario, cuando yo era joven, los libros de Allen Ginsberg o Ferlinghetti o Gregory Corso no estaban disponibles en mi país, pero sí en los subterráneos. Cada uno de mis colegas podía conseguir uno de sus libros y simplemente los difundíamos por todas partes, hacíamos copias y los distribuíamos entre todos nuestros amigos. Así que los leímos mucho en los 70 y en los 80, y los amamos mucho. En 1990, cuando fui a los Estados Unidos por primera vez, tuve el placer de conocer al Sr. Ferlinghetti en la librería City Lights de San Francisco, el famoso templo de los beatniks.
J. A. V.— Antes he mencionado al poeta rumano Eminescu. Quisiera saber, y esto quizá sea por mero interés personal, por la deferencia que le proceso a Paul Celan y a su obra, qué ha supuesto para usted y para los escritores de su generación y posteriores en Rumanía la poesía de este autor. ¿De qué manera influyó?
M. C.— Lo primero me gustaría decir es que Eminescu no sólo es un poeta, es la piedra fundacional de nuestra literatura. Diría que, en cierto modo, es nuestro Cervantes. Es uno de los desafortunados poetas románticos que murió muy joven y que tuvo una vida terrible, una vida muy dura. Se volvió loco a los 30 años y sólo sobrevivió otros nueve años, así que murió antes de los 40. Pero, por supuesto, era un genio, un verdadero genio. Y su obra es terriblemente influyente: creó la lengua rumana, la lengua rumana moderna. Así que era un genio y estaba muy interesado en la literatura fantástica. Así que la prosa que escribió fue una prosa fantástica con bucles temporales, con un montón de cosas oscuras muy extrañas e interesantes. Yo escribí un libro sobre Eminescu y, por supuesto, estoy en deuda con él. En general, este tipo de literatura fantástica imaginativa es la tendencia más importante de nuestra cultura. Eminescu fue el primero, pero después otros autores importantes escribieron literatura fantástica. Así que diría que nuestra cultura es una cultura de poetas y de escritores imaginativos, como la cultura sudamericana.
J. A. V.— Llegó a confesarle a la escritora Luisa Etxenike, y quedó recogido en un libro de correspondencia (Erein, 2016), que siente un profundo vacío entre que acaba un libro y empieza otro. Escribió: «¿cómo se puede vivir si no es en un libro?». ¿Podemos ir un poco más allá, Mircea, y entender que una vida sin arte es una vida no vivida?
M. C.— Bueno, es un tema doloroso para mí porque ser artista, ser escritor es —en realidad— perder tu propia vida. Como todo el mundo que está obsesionado con lo que hace, tienes este mal sentimiento todo el tiempo en el escritorio con el que pierdes gran parte de tu vida, de tu vida natural, como la de todos. Así que en la última parte de mi vida, soy cada vez más consciente de la felicidad de «existir». Así que dedico más y más tiempo, a mi vida normal con mi familia y con mis amigos. Porque en mi juventud, en realidad, no tenía vida. Mi biografía era mi bibliografía. Al envejecer empecé a elogiar la vida, a elogiar la intimidad, a elogiar la amistad, el amor y todo ese tipo de cosas que echaba de menos cuando era más joven, porque mi mente estaba llena de literatura.
J. A. V.— Antes de terminar, me gustaría agradecerle su honestidad intelectual. En repetidas ocasiones ha dicho que su trabajo no se ve de ningún modo comprometido por los premios. Muchos pueden decirlo, pero en su caso es algo que se hace evidente con la lectura. Aun considerando sus éxitos y reconocimientos, ¿cree que, de algún modo y en ciertas ocasiones, esta postura le ha podido perjudicar?
M. C.— Yo diría que no es fácil vivir la vida de un artista. No es nada fácil, porque si no mantienes el contacto con la realidad, puedes perder la cabeza. Te puedes obsesionar con el éxito, como has dicho, con toda la parafernalia de la escritura, la literatura, los premios, las críticas, la gloria, la popularidad, etcétera. Así que creo que un artista, un verdadero artista, debe resistirse a todo este tipo de cosas que no están en la esencia del proceso artístico. Así que me considero muy afortunado de ser una persona normal, que ha logrado no considerarse más de lo que realmente es, que es inmune a todo lo que puede deparar el éxito… Tengo claro que mis verdaderos objetivos están dentro de la literatura, no fuera de la literatura; así que estoy realmente ansioso por escribir otro libro para vivir, otra vez en mi propia mente y en mis propias páginas. La gente que piensa que escribir literatura es una ocasión para conseguir éxito o para conseguir dinero o para conseguir algo más allá del puro placer de escribir, se equivocan.
J. A. V.— Mulțumesc, Mircea.
M. C.— Ha sido un placer. Gracias a ti por tus acertadas preguntas, Juan.
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