Septiembre de 2023 en Trépanos
La mass media reserva los comentarios sobre la silenciosa realidad del suicidio que atraviesan miles de hogares evitando fomentar cualquier tipo de llamada que provoque conductas extremas en circunstancias límite. Dicha responsabilidad, de origen religioso y sociológico después, fue impulsora de la prohibición del Werther de Goethe en diferentes lugares de Europa, y mantiene su discreción —en la actualidad— para bien de la mayoría, en contraposición a tantos asuntos despolvados y oreados amén del progreso durante las últimas décadas. Existen, en cambio, otros métodos de prevención que buscan reducir dichas conductas desde el testimonio y la complicidad. Se trata del llamado «efecto Papageno», término derivado del personaje de La flauta mágica de Mozart, quien termina por descartar la opción suicida al ser instruido por diferentes damas en posibles nuevos finales, de igual modo que hace el ángel Clarence con George Bailey en la película Qué bello es vivir de Capra.
A caballo entre ambas, convirtiendo la tragedia en relato, se encuentra la reciente novela de Alfonso Javier Ussía: El puente de los suicidas (Círculo de Tiza, 2023). El autor aplana el nervio en su tercer libro, encaminándonos hacía diversas viviendas e intimidades. Pocos quedan ajenos a un barrio. Fernando, Inés, Francisco, Ana, Bea, Dani… No son más que nombres, tan ficticios como reales. Nombres que llenan estancos, pescaderías, ultramarinos… Nombres que viven y aman. En esta España de calles, parques y cláxones, apenas levantamos la mirada a los vecinos. ¿En qué momento primó tanto la individualidad? Consciente de ello, Ussía regresa a finales de los años 90 para devolvernos un poquito de lo que dejamos atrás, el saludo y la preocupación por los nuestros. Lo hace mirando a su Madrid natal, que tan bien conoce y describe entre una de cal y otra de arena: «en Madrid todo luce hacia fuera y se duerme dando a patios grises de salidas de humo», «una ciudad que le daba poco y le quitaba mucho», «una ciudad, jodidamente cotilla». Y en su estela, siguiendo el pasatiempo de Marta y con el retintín de Joaquín Sabina en «Como Te Digo una “Co” Te Digo la “O”», Ussía nos lleva a la casa de todos, al ágora común donde los griegos se reunían y que en nuestro país llaman “bar”. Allí, los antes mencionados arrancan y llevan a cabo el ritual de cada mañana: zumos, porras, cafés y licores; que permiten afrontar el día con cierto calor en el cuerpo.
El bar en cuestión es el Esperanza, un espacio dónde «quien fuera» pudiera compartir barra y conversación, un lugar para la democratización como lo era la «Fiesta» para Serrat. Enfrente, el puente que une Las Vistillas y La Latina, el viaducto que sirve de fuga para quienes lo recorren por última vez. Es el relato de una tensión entre un lado y el otro de la acera, entre el signo positivo y negativo de una misma pulsión, el dolor desesperado y el apoyo de una resistencia social. Se trata de una novela coral más próxima a La Colmena de Cela, hablando de bares, que al Trainspotting de Welsh, por eso de las drogas y el interés morboso que genera el autor desde que se supiera su cercanía con el admirado Antonio Vega. Aquí narrador sólo hay uno. Lo que sí hay son muchos personajes, también una decena de capítulos dirigidos a los verdaderos protagonistas, y —como acostumbran las series televisivas— un par de tramas de fondo que atraviesan el conjunto de las historias.
Después de “Cuento del norte” (2020) y “Vatio” (2021), “El puente de los suicidas” alcanza su tercera edición y fideliza lectores. Quedamos pendientes de “Borroka”, lo próximo de A. J. Ussía que llega para finales de 2023.
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