Acero de bajo fondo

Desde la mañana, con ese primer cigarrillo, Ivan siente una bajada de tensión constante. En lo que decían “vida normal”, los muchachos que fumaban eran los menos avezados del instituto, pero en la guerra todos lo hacen. La salud aquí no es el estado de tus pulmones o de las analíticas, es continuar respirando. De eso se trata. El resto ya apenas importa.

El contexto define los actos. Los valores tornan de buenos a malos y de malos a buenos, según y cuándo. En el campo de batalla nada es reprochable. Algunos dicen que sí, que hay códigos infranqueables, pero no es cierto. La moral también descansa a veces, se toma un “break” más o menos prolongado y se reactiva al recuperar el cauce (tan artificial como las leyes humanas). Sin embargo, cuando la arriada alcanza los corazones y los inunda de deseos y odios —que tienden a venir dados—, la ceguera y la noche permiten una alevosía perfecta. La justificación siempre estará del lado de quienes actúen en defensa propia, y en todo momento puede haber cerca un peligro que acecha.

— Es una lata dulzona de “half and half”, una mezcla de virginias y burleys, la misma que fumaba mi padre. Debes desmigar el “flake” en la palma y liar el cigarro como de costumbre. Es tabaco de pipa, pero tira igual.

— ¿Por qué así, en placas? Nunca lo había visto.

— Para conservarlo mejor, chico. El tabaco como el soldado, debe tener la menor superficie de su cuerpo expuesta… De lo contrario, está perdido.

Rondaron los 2 ºC durante el día, seis menos al oscurecer. La fogata procuraba calor a quienes pretendían descanso. Ivan y tres compañeros de la Universidad Nacional Médica de Donetsk, preparaban el material clínico para la siguiente ofensiva. El sanitario es el primero y el último, el que aparenta no estar y siempre acude, quien nada dice hasta que su palabra y acción salva de la muerte a los heridos. Después de la pandemia, creían que podrían recuperar su juventud. Pero los punkis tenían razón, no hay futuro. Si no es por un lado, será por otro. Si no es un virus, será la guerra. Si no es la política… No, siempre es la política. Son otros quienes deciden, otros quienes ofrecen, quienes dan. La impotencia, en cambio, es nuestra.

— ¿Dónde has dejado el brazalete con la bandera?

— Lo utilicé ayer para hacer un torniquete.

— Ponte éste —dice mientras se lo lanza.

— Créeme, Andriy —confiesa, Ivan, mientras se lo coloca— ya no veo ni el cielo ni los trigales, tan sólo el azul de Picasso y el amarillo de Molière. Dios nos asista.

Aturdidos aún, no tenían claro por qué estaban allí. Vestían varias capas de ropa deportiva, rodilleras y gorros de invierno. Se quedaron para dar soporte y asistencia, a la vez que portaban fusiles de asalto. Ni siquiera sabían bien cómo usarlos. ¿Cómo se supone que deben usarlos? La deserción ronda sus cabezas, como es natural. ¿Cuál es el precio a pagar? ¿La vida?

Hace unos días, Ivan había desayunado con su novia un café con tostadas especiales en el Mr. Bean & Bowler Hat, la cafetería más valorada entre los jóvenes y adolescentes de la ciudad. Ella siempre tuvo ilusión de pedir uno de esos cafés con chocolate y avellana en algún Starbucks de Europa, ver iluminada la Torre Eiffel y bañarse desnuda en las playas del sur de Italia. Antes de verse obligada a irse, trabajaba en la recepción de un hotel. ¿Dónde estaba, Larysa, ahora?

— Ayer las 3 de la madrugada recibí su último mensaje. Había cogido un tren hacia el oeste… Desde entonces no sé nada.

— Mi madre y mi abuela hicieron lo mismo, esperan lograr cruzar la frontera.

— Y a nosotros, ¿quién nos trae la frontera aquí? —y continúa maldiciendo, tan bajito que apenas se escucha— Mecagüen la puta…

No todos los que participan en una guerra tienen vocación ni intención real de estar ahí. Puede haber, claro está, alicientes para permanecer, ideales por los que luchar. En este caso, la ilusión vertebral que recorre la historia humana: la libertad. Creerse libres, en realidad. ¿Acaso hay alguien que lo sea? Todo es gradual, el dominio existe hasta donde no se ve. La única libertad a la que se puede aspirar es al reconocimiento tensor y a su aplacamiento. Pretenden cubrir con una campana impermeable el territorio. Ahogarlo como se ahogan los cuerpos al cubrir sus cabezas con bolsas de plástico. Cercar su lecho, sellar su cuarto, hacer hermética su casa, impedir la entrada de aire fresco. El país fallece lento e ignorante, le llaman la muerte dulce.

Racionaban la poca agua potable que quedaba en los tanques. De igual manera, la comida empezaba a escasear. Llegaba el hambre y el cansancio.

— ¡A cubierto! ¡Desde el aire!

Uno de los sectores de producción más destacado de la ciudad portuaria de Mariúpol es la metalurgia. El abuelo de Ivan llegó en tiempos de la URSS para ganarse la vida templando materiales en las fábricas. Lo hizo hasta viejo. Aún conserva, Ivan, sus dos volúmenes de “Doctor Zhivago”, que fue editado y difundido por la CIA cuando las cosas pintaban igual de feas. Los lleva en los bolsillos interiores de la cazadora; con peso ligero, arman su cuerpo y le transmite espíritu de resistencia.

— Durante el bombardeo sólo podía pensar en la novela de Jünger, “Tempestades de Acero”. Creía que el cielo se abría y caía sobre nosotros. Los silbidos y explosiones; los chillidos de todos, heridos o no. El metal ha entrado en nosotros, como el diablo en los otros.

El hospital de maternidad ha caído. El lugar para la vida ha sido hoy para la muerte. Como a diario, el grito de dolor ha traído lágrimas, pero ninguna sonrisa. Ni los locos ríen ya. Ha sido la tercera en ser bombardeada, después de las destrucciones de las maternidades de Zhitomir y Jarkov. “La capital del acero”… Acero detenido, manipulado, derruido, frío y candente, ensangrentado.

— ¡Una niña! ¡He encontrado a una niña! ¡Sanitario! ¡Aquí! ¡Sanitario!

— Está muerta.

— Pobre niñita… ¿Sigue Dios con nosotros? Ayúdanos.

Ni quien vence, gana. Triunfan aquellos que la evitan, ese es el verdadero arte de la guerra. En efecto, no es el estado natural de los seres humanos, sino el de las bestias. Temer y rechazar el acto bélico es sinónimo de triunfo cultural. Darse de palos o reventarse a tiros, estremece las entrañas más profundas de los seres civilizados. Verse a sí mismos en el centro de un conflicto bélico produce náuseas y genera la sensación de una eclosión nuclear en pecho y estómago. Después vomitas.

Muerto de frío, Ivan abre una zanja en el suelo, una grieta que lleva al centro de la tierra y servirá de sepultura, un lugar para el descanso en tierra fértil pese al desolado paisaje. Algún día las flores volverán a crecer. Ivan duda de si la tumba que cava es de la niña o es la suya propia. Piensa en Larysa, en París, en su cabello rubio. Cierra los ojos y sueña con esa posibilidad, por mínima que sea.

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