Entrevista

Con motivo de la publicación de Vich, J. A. (2020) La Siega. Editorial Círculo Rojo.

Begoña del Teso, 20/09/17 en el Diario Vasco

Según el libro de J. Alberto, el mal poeta vive cerca del paisaje de esta foto, al final de Bermingham, primera línea de playa. / ARIZMENDI

Rica raigambre donostiarra la suya. No en balde por línea materna desciende de ferreteros con mucho peso en esta ciudad, los Álvarez. Los Álvarez de la calle Miracruz. La dinastía de hierro, tornillos, clavos, arandelas y batas azul Mahón-Bergara la inició su bisabuelo Joaquín; la continuó su abuelo Alberto y la sostienen sus tíos Alberto y Lourdes. Juan Gabriel, su padre, el padre de este licenciado en Química, matriculado en Filosofía y autor de ‘La Siega’ —a la venta en Lagun, Hontza, Donosti y Kaxilda—, es pintor y también hológrafo y escultor. Juan Alberto, 25 años, ha escrito poesía y se bate el cobre publicando textos incorrectos en muchos sentidos en ‘Crisol’, la revista de la facultad de Filosofía. Su próxima apuesta es un ensayo satírico. Charlamos entre aromas de café en el tostadero y punto de venta Anguiozar de Peña y Goñi. En un momento de nuestro encuentro entra a por la dosis perfecta de cafeína Koldo Almandoz, el cineasta de ‘Sipo Phantasma’. Fuera, ruge el mar.

Esa tentación de releer tu primer libro cuando hayas escrito muchos más, aparte de apetitosa e inquietante, no es solo tuya, ¿verdad?

— Claro que no. De hecho yo te la he comentado pensando en Onetti.

¿El existencialista autor de ‘El astillero’?

— Sí. Leí una vez que, ya muy avanzadas su vida y su obra cogió su primer libro, ‘El pozo’, escrito un fin de semana de 1939. Aquel fin de semana en que Onetti, y también el narrador de esta novela, se habían quedado sin tabaco…

Abstinencia creativa, sí. ¿A qué conclusión llegó el viejo Onetti?

— Con las primeras páginas pensó qué joven era cuando las escribió. Qué joven, qué ingenuo. Incluso que arrogante. Pero siguió leyendo y acabó reconociendo que nunca había vuelto a tener la frescura que, ahora de viejo, descubría en aquellos capítulos. Sí, te lo juro, me gustaría experimentar lo mismo. Mi escritura mejorará pero sé que mis obras de ‘madurez’ perderán la frescura, la ingenuidad que tiene ‘La siega’.

¿Ingenuidad? Es un relato duro. Seco. Empieza con una muerte. En una cama. Muere la madre del narrador. Cáncer. Muere la madre del protagonista durante un veranillo de San Martín mientras los mendigos de Donostia ‘caminaban por la playa deshidratados, expuestos como lagartos al sol’.

– Muere, sí. Mientras la ciudad se ha echado a la calle para animar a los corredores de la Behobia, lo que me hace escribir: ‘Escuchaba los vítores mientras repasaba con la mirada el cuerpo sin vida de mi madre’.

Fuerte, diría yo.

— Me gusta jugar a los contrastes. Me gusta el choque de cotidianidades. Unos corren, otros mueren. Los demás aplauden. Me gusta hacer ver a la gente que de los portales más señoriales de esta ciudad suelen salir brigadas de mujeres latinoamericanas que limpian esos palacetes o atienden a sus viejos habitantes.

Te gusta filosofar sobre el vino envasado en tetrabrick.

— Sí, por que se bebe, lo beben rápido y no da tiempo a que se pique.

Te gusta internarte en una Parte Vieja donde, sorpresa, no encuentras ni un bar abierto excepto…

— …’Un establecimiento sombrío en la calle E. Retumbaba el bajo de una canción de las Supremes. Luce el aspecto de una taberna irlandesa…

Pero hay un cuadro que no desentona con el acabado en madera del lugar. De técnica despreocupada, está firmado por… ‘un tal Roskow’.

— He sido pillo en ‘La siega’. He trasladado todas mis culpas, vaguedades y fantasmas al narrador, que es un mal poeta. Yo, me libro. O no.

Se está vendiendo (muy) bien pero te asombra que quienes lo compran son lectores que rondan los 40 ó 50.

— Me asombra y me agrada, pero yo la he escrito desde mis 25 años. Y la he escrito pensando que fuera una novela de aprendizaje. De iniciación. Que mi generación se reconociera en esas páginas. Sí, claro, si me pides títulos de ‘obras de aprendizaje tiraré hacia las más grandes. ‘El guardián en el centeno’, por ejemplo.

Dices que hay pocos escritores pero cada vez se escribe más y más.

— Una cosa es escribir y otra muy distinta ser escritor. Para serlo has tenido que leer mucho hasta encontrar tu voz. Personalmente, no me valen esos que dicen que escriben sin haber leído para que su lenguaje sea puro, propio, sin referencias. Yo si leo. A Sylvia Plath y Harry Potter.

Lo hemos escrito ya: licenciado en Ciencias Químicas, matriculado en Filosofía, usas para desplazarte una bici BH. La misma desde hace diez años, herencia de tus tíos recibida en vida. ¿Tienes un punto de criatura renacentista?

— Me gustaría. Odio esa separación provocada recientemente entre Ciencia y Pensamiento. Algo inimaginable en tiempos de Leonardo o Maimónides. Me espanta cuando al entrar en la facultad lo primero que te dicen es que de la Filosofía nadie puede vivir. Cuando en realidad es uno de los pilares de la Humanidad.

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